Somos seres sociales, vivimos inmersos en una sociedad que en la mayoría de los casos dicta nuestra forma de vestir, hablar, escuchar música, la manera general de comportarnos, etc.
Estamos expuestos a una contínua evaluación por parte del resto, ya que aún siendo una actitud reprobable, nos pasamos la vida mirando de reojo al vecino y juzgándolo.
Es una celebración algo agridulce. Quiero pensar que es mi vuelta definitiva y que tengo que empezar a vencer a los demonios que me impiden seguir en el mundo digital, vencer al desánimo de pensar "para qué".
Me sigue encantando traducir en palabras lo que pienso sobre las cosas que se refieren a los niños, ya que no paro cada día de aprender de ellos.
Por desgracia lo que describo en el título de este post es una situación demasiado habitual.
No sólo se puede observar en la escuela entre compañeros maestros, o de unos padres a unos maestros, sino en cualquier ámbito, ya sea en un parque, en un supermercado cuando cualquier desconocido desautoriza a unos padres frente a sus hijos con un comentario inoportuno o incluso se da demasiado en el ámbito familiar, por parte de unos padres a otros, o de unos abuelos hacia los padres.
Aunque hablé en un post anterior sobre el Postparto, hoy quiero hablaros de manera personal sobre mi experiencia, ya que a día de hoy dos años y varios meses después del nacimiento de mi última pequeña, sigo notando las consecuencias de no haber hecho todo lo posible por cuidarme yo también en esta fase tan importante.